Las compañías siempre le han temido a sus mercados, saben que están ahí pero prefieren verlos de reojo y no hacer más. Parecen niños que creen ver fantasmas en las noches y no se atreven a abrir los ojos para percibir qué hay delante de ellos. Pueden ser capaces hasta de esconderse debajo de sus grandes escritorios porque el miedo no los deja salir.
Es totalmente cierto que el mercado necesita a las compañías, pero, sin duda alguna, no son ningún órgano vital por el que es necesario hacer una guerra. Si seguimos comparando a las compañías con niños, podemos decir que el mercado es agua y sin ella no sobreviven. En cambio, los mercados son como camellos, estos consumen cantidades enormes de agua, la almacenan y no la necesitan por muchísimo tiempo. Las compañías dependen totalmente de los mercados, pero los camellos no dependen de los niños. Va a llegar un momento en el que los camellos se van a cansar de que los niños los eviten y los van a empezar a ignorar totalmente. No escucharán ni el llanto más grande y desgarrador que puedan emitir.
Ya los mercados no esperan que las compañías les resuelvan los problemas. Hoy en día están más activos que nunca y no esperan que uno de los niños con miedos decida por ellos. Si existe una necesidad dentro del mercado, los integrantes de éste buscaran la solución. Una opción que sea realista y viable, que esté condicionada por sus intereses y necesidades, no por el dinero que buscan encontrar las compañías en los mercados. Si los niños con miedo van a seguir escondidos debajo de sus escritorios con los ojos cerrados es mejor que se queden ahí para siempre. Si en cambio van a aceptar que los mercados no son minas de oro ni perros de Pavlov, es hora de empezar a escuchar sus propuestas.
Antonieta Rasquín Méndez